Representantes que nos re-pre-sen-tan
Publicado en Facebook, el 14 agosto 2019
El ejercicio es sencillo.
Se toma a la persona con la que se desacuerda, a la que considero rival, quizá enemigo, la que se encuentra en las antípodas de mi pensamiento.
Fundamentalmente, la que me corre de mi eje
Se la mira a los ojos. Y se le dice:
- En mucho estoy en desacuerdo. Sin embargo:
- Con esto que dijiste/hiciste, estoy de acuerdo
- Esto lo tomo
- Esto lo continúo
- Esto lo aprendí de vos
- Gracias. Ahora haré mi camino. Que, si bien no es el tuyo, también se ha nutrido del tuyo.
Y luego se mira a los otros y se les dice:
- En mucho estoy en desacuerdo. Sin embargo:
- Con esto que esta persona dijo/hizo, estoy de acuerdo
- Esto lo tomo
- Esto lo continúo
- Esto lo aprendí de él/ella
- Gracias. Ahora haré mi camino. Que, si bien no es el suyo, también se ha nutrido del suyo.
A esto se llama humildad.
Y respeto.
Porque respetar es reconocer al otro como valioso, aunque sea diferente.
Y porque ser humilde es reconocer que no tengo toda la razón, ni toda la verdad.
A esto se llama adultez.
Porque sólo el adolescente no reconoce nada bueno en sus anteriores y en sus diferentes. Y está bien porque, así como en la niñez lo importante es ser igual a los anteriores para poder ser, en la adolescencia lo importante es diferenciarse para poder encontrar el propio eje.
Sin embargo, la adultez es otra cosa.
La adultez es tomar del otro, reconocer, agradecer y luego (sólo luego) hacer el propio camino.
Porque la adultez es respeto. A uno mismo, sí. Pero también al otro.
Y respetar es reconocer al otro como valioso. Como tan valioso como yo. Diferente, sí. Pero igual de valioso.
Lo contrario de esto, lo contrario de la humildad y del respeto es la soberbia y el irrespeto.
Y lo contrario de la adultez es la pequeñez.
Parecería que esto tiene que ver con nuestros políticos.
Y es verdad, tiene que ver con ellos.
Porque es triste ver como hace años que todos ellos hacen lo mismo: Se atribuyen lo bueno y culpan al diferente de lo malo.
Todos ellos hacen lo mismo. Después vendrán las ideologías diferentes. Pero en esto son todos iguales.
Y esto está antes de las ideologías.
Por eso, sí; todo esto tiene que ver con nuestros políticos.
Pero en realidad ¿no es eso también lo que hacemos cada día en nuestra propia mesa?
¿No hacemos eso con nuestra pareja, ex pareja, amigos, enemigos, socios, estafadores y estafados?
¿No hacemos eso hombres con mujeres y mujeres con hombres, machistas con feministas y feministas con machistas, empresarios con trabajadores y trabajadores con empresarios, hinchas de River con hinchas de Boca e hinchas de Boca con hinchas de River?
Cada quien podrá ponerle a la lista todos los polos que pueda asumir.
No termina nunca.
¿No hacemos esto en cada diferencia, en cada discusión, en cada acto del otro que me duele o en cada acto mío que lastima?
¿No hacemos esto cada vez que nos pensamos ante el otro diferente? ¿Ante el otro que me duele, me hiere, me corre de mi eje o al que duelo, hiero, corro del eje?
Y no sólo en la Casa Rosada, sino también en cada Casa Nuestra, de cada uno.
Y entonces nos cerramos, nos unimos sólo a aquellos que son como nosotros y nos quedamos sólos con nosotros. Cerrados al otro.
Pequeños y tristes, en mandatos en nuestra vida de 4 años (u 8 o 12 o 16) que, luego, nos dejan en el mismo lugar que antes.
Igual que nuestros gobernantes.
Porque, queramos o no, nos guste o no, nuestros gobernantes (los de antes, los de ahora y los de mañana)
nos
re-pre-sen-tan
Pero no sólo cuando son como quisiéramos, sino también (y quizá, sobre todo) cuando son como no quisiéramos.
Como un triste espejo de nuestra zona más negada. Como aquel que nunca se revisa más allá de su superficial mente y entonces actúa su oscuridad sin darse cuenta.
Quizá para eso tenemos los gobernantes que tenemos, para vernos en ellos.
Para ver nuestra propia soberbia y nuestro irrespeto. El nuestro, el propio, el cotidiano.
En otro.
Porque en nosotros lo negamos.
Cada vez más tengo la idea de que aquel gobernante que finalmente nos saque de nuestra infantil bipolaridad que nos pendula eternamente entre el "esta vez sí" y el oscuro pozo deberá comenzar su primer discurso como gobernante mirando a su anterior y diciéndonos:
- En mucho estoy en desacuerdo. Sin embargo:
- En esto que esta persona dijo/hizo, estoy de acuerdo
- Esto lo tomo
- Esto lo continúo
- Esto lo aprendí de él/ella
- Gracias. Ahora, durante 4 años, gobernaré según mis ideas, que si bien no son las suyas también se han nutrido de las suyas.
Pero claro, para que eso suceda en la Casa Rosada, deberemos votarlo y para votarlo deberá primero comenzar a suceder en la Casa Nuestra, en la de cada uno.
Porque nuestros representantes
nos
re-pre-sen-tan
Nos guste o no.