Los trajes de defensa

Publicado en Facebook, el 1 de septiembre 2021


Por supuesto que es difícil el proceso terapéutico.

Porque la herida está debajo de capas y capas de vendas y anestesias y mandatos y mecanismos de defensas que posibilitaron el seguir viviendo allí donde sólo podía vivirse así: Con capas y capas de vendas y anestesias y mandatos y mecanismos de defensas.

Y entonces uno se acostumbró a moverse como los astronautas en el espacio, con un traje que evita la muerte, sí; pero que pesa (y cuánto). Que pesa y que separa.

Y ahora uno ya no está en el espacio. No. Está aquí, en la Tierra, y convive con otros; y a muchos de esos otros los ama (y cuánto) e intenta acercarse torpemente, y abrazarlos y quererlos afuera todo lo que los quiere adentro.

Pero claro, allí está el traje de astronauta. El mismo traje que evitó la muerte, sí, pero que ahora, de alguna manera, también evita la vida. Porque, en definitiva, la vida es el contacto con lo otro, con aquello y aquellos que amamos (y cuánto).


Y entonces habrá que mirar con honra ese traje.

Mirarlo con amor, con respeto. Mirarlo con tristeza.

E ir quitándolo manga a manga, pierna a pierna.

Ir quitándolo parte a parte.


Pero claro, hace tanto y tanto tiempo que el traje está en mí que casi ni me doy cuenta dónde empieza él y dónde termino yo. Qué es traje y qué es piel, tan adherido a mí mismo lo tengo.

Y será, de alguna manera, como sacarme una parte de mí mismo, una parte a la que amo también (y cuánto), una parte gracias a la cual estoy aquí.

Y habrá que agradecer (y cuánto). Agradecer y llanto; y disolver lento, de a poco, un trozo breve cada vez.

Y debajo del traje, a medida que se va yendo, aparecerá la piel. Pero claro, no la piel sana y fuerte sino la piel blanda, sensible y, sobre todo, herida. Tan herida que necesitó el traje para sobrevivir.

Y entonces, me encontraré con aquella misma piel y aquella misma herida que (me) oculté a mí mismo.

Y deberé aprender a amar aquello de mí que no fue amado. A quererme donde no he sido querido. A honrar lo que no fue honrado. Y que, por eso mismo, tuve que ocultar(me).

Amar, querer y honrar aquello de mí que rechazo de mí, aquello de mí que me asusta de mí.


Y para eso necesito de un otro.

Un otro que me enseñe a quererme. A quererme allí donde no fui querido, allí donde aún no me quiero.

A quererme en la herida.


Y quizá eso es, en definitiva, el proceso terapéutico.

Un viaje íntimo, un viaje susurrante de mí hacia mí mismo, un viaje de desprendimiento de quien creo que soy para acercarme un paso más a quien en realidad soy.

Un paso más cada día.