Felicidad (III)
Publicado en Facebook, el 8 de junio de 2019
Una vez que uno ha limpiado mucho (no digo todo, porque no es posible, y quizá tampoco deseable), y tiene una vida bella y básicamente acorde a su deseo y a su realización y la mayoría de los días se levanta a la mañana y sonríe al ver lo que tiene que hacer ese día y con quién lo hará (aunque también algunos días putea al ver lo que tiene que hacer ese día y con quien lo hará); una vez que esto se ha dado, digo, una verdad va emergiendo en nuestra consciencia:
La felicidad adulta incluye necesariamente el duelo de la infancia: Aquello que pensabas que sucedería, no sucederá.
Aquello que pensabas que era la felicidad, no lo es.
Nadie vendrá la noche del 5 de enero a dejarte los regalos, no habrá Ratón
Pérez que te deje dinero debajo de la almohada ni Príncipe Azul o Bella
Durmiente que te ame con perdices
Hoy sos vos tus Reyes Magos, tu Ratón Pérez, tu Príncipe y Bella Durmiente. O
no es nadie.
Quizá, si podés serlo, si en algo te arropás como esos personajes te arropaban,
entonces sí encuentres regalos (un lindo trabajo, una casa, una ropa que te
represente), dinero (el que sea saludable para vos) y un amor (un hombre o una
mujer con quien hacer el amor y la vida, no príncipes ni princesas cuyas
historias terminan cuando empieza el vínculo) y entonces algo de la vida te
sonreirá y te levantarás a la mañana también sonriendo al ver lo que tenés que
hacer y con quién (y algunas veces puteando).
Porque aquello era profundamente bello y blanco, y no existía.
Y esto es profundamente bello y de todos los colores, y existe.