Felicidad (I)
Publicado en Facebook, el 8 de junio de 2018
El problema de asomarnos a la felicidad es que cuando algo de
eso (que llamamos felicidad) se da en nosotros, nos damos cuenta de que poco
tiene que ver con lo que en general (para no decir "el mercado") se
nos vende como felicidad. Porque lejos de lo que imaginamos la felicidad no es
aquel "todo bien" que se nos propone sino algo mucho más complejo,
sinuoso, de difícil descripción y que, a la vez que nos acerca a la alegría y
al amor, nos acerca también a la tristeza y, por qué no, al miedo. Así, el "todo bien" es sólo
la felicidad de un niño antes de dormir pensando en el Ratón Pérez o los Reyes
Magos, maravillosos momentos de entrañable infancia, tan maravillosos como
propios de la infancia.
Sin embargo, si se quiere contactar con algo de la
felicidad en la adultez y desde la adultez, rápidamente lo abierto nos invade y
nuestra pequeñez en tanto seres humanos se nos vuelve evidente e inevitable y
entonces la consciencia de lo pasajero y de lo que algún día terminará se nos
aparece como un horizonte bello y triste a la vez.
Amoroso, bello y triste.
Entonces ¿qué hacer?
Quizá comprender que cuando queremos que esté "todo
bien" somos sólo títeres de quien nos quiere vender la felicidad enlatada
y que el "todo bien" deja fuera siempre algo nuestro, nos amputa, nos
limita, nos quita de nuestra mirada algo propio, algo que no entra en ese
envase, algo que inquieta a los vendedores de envase, porque en realidad este
algo cuestiona todo envase.
Así, si algo de esto podemos hacer, si podemos retenernos y no comprar la
oferta de felicidad hoy y ya, quizá podamos entrar, un paso al menos, a una
zona más amplia y más vasta, una zona más acorde a nuestra expansión amorosa;
una expansión que no necesita que seamos eso que se nos dice que debemos ser,
sino que, de a poco y si le damos espacio y tiempo, sabe amar también aquello
de nosotros mismos que nosotros mismos rechazamos.