El amor a los Hijos - Darle un lugar en mí y sacarlo de mí
Darle un lugar en mí y sacarlo de mí, de eso se trata el amor saludable hacia los hijos.
Darle un lugar o, mejor aún, ser un lugar para que mi hijo pueda quedarse, llorarse ante los "no" de la vida. Ser un lugar y abrazarlo, contenerlo, consolarlo. Decirle "ya va a pasar", "siempre seré para vos", "te quiero para siempre".
Ser un lugar y habilitarlo en lo que es.
Ser un lugar, una casa un hogar.
Un lugar al que pueda volver.
Y también sacarlo de mí. Instarlo a ir al mundo. Al mundo sin mí. Empujarlo blando (y firme, y blando) a irse. A buscarse a sí mismo en la diferencia conmigo. Proponerle el desafío, susurrarle que hay una voz que es propia, que yo no conozco y que no puedo buscarle. Invitarlo (y ser amoroso y fuerte en la invitación) a darme la espalda, a buscarse en su propia vida.
Y asumir yo lo que a mí me pasa cuando mi hijo se va.
Pero no sólo cuando se va a los 23 o 24 años ya adulto. No, también cuando se va de estar a upa a caminar, de contarme todo a cerrar la puerta de su habitación, de verme como un héroe a verme como alguien que ya no lo entiende. De mi casa a su casa.
Ver mis propios huecos. Y no tratar de llenarlos obligándolo (o manipulándolo, lo cual es lo mismo) a quedarse, a no irse.
Porque mi hijo no es mío.
Es un ser que la Vida puso a mi cargo durante un tiempo limitado. Y para llevar a cabo esta extraordinaria y abismal tarea, la Vida me dio Amor.
Amor para acoger, para ser un lugar.
Y Amor para sacarlo de mí.