Cronología de un viaje sin salida

Publicado en Facebook, el 17 febrero de 2024 

La cuestión suele ser más o menos así.

La persona ha sido lastimada en su infancia por su padre/madre y ha sentido una profunda tristeza (¿quién no conoce esto de alguna manera?)

Luego, más o menos, en su adolescencia, se ha enojado profunda y adolescentemente (¿cómo podría ser de otra manera?) con quienes lo lastimaron. Y, por supuesto, este enojo oculta debajo aquella tristeza. Y, entonces ha protestado, gritado, discutido, odiado. Y ha permanecido enojado así (odiante y adolescentemente) durante un tiempo más o menos prolongado; quizá hasta bien entrada la adultez. 

Este enojo adolescente muchas veces le ha permitido salir de esa casa con esos padres y construir muchas cosas valiosas de su valiosa vida.

Sin embargo, algo no se calma. 

Entonces se dice (o lee o le dicen o algún terapeuta le propone o algún taller le muestra) que tiene que dejar de estar enojado con esos padres que lo lastimaron. Que tiene que entender de dónde vinieron. Que tiene que perdonar. Que tiene que verlos a ellos también como niños. Que tiene que honrar. Y la persona, harta ya de estar harta, agotada de estar siempre enojada odiante y adolescentemente con los padres, lo intenta. Y quizá, hasta de alguna manera, lo consigue (en realidad, no, pero eso parece). Pero entonces, claro, al "comprender" y "perdonar" a sus padres maltratadores, también "comprende" y "perdona" a todos los maltratadores que hoy entran por la misma puerta en su vida. 

Y entonces siempre es maltratado. 

O siempre maltrata. 

O ambas cosas.

Que son la misma cosa.

Es decir que consigue (en realidad, no, pero eso parece) estar "más cerquita" de los padres. Pero eso no lo beneficia en absoluto en su vida. Ni le calma aquello que no se calma. Ni le permite construir en su vida aquello que no puede construir.

Y así pasa lo iatrogénico: Construye una capa de "comprensión", "perdón", entendimiento", "honra" (así, todo con comillas) que deja debajo el enojo odiante y adolescente que ya había dejado debajo la tristeza de aquel niño/a. 

Y entonces las capas (de lo más profundo a lo más superficial): 

Tristeza del Niño/a

Enojo del Adolescente

"Comprensión" o "Perdón" del supuesto adulto.

(Cara de beatitud que esconde los sótanos)

Y aparente felicidad. Hasta que rascamos un poco (muchas veces es apenas) la débil cáscara... y el llanto emerge. Y el odio aparece intacto. El llanto de aquel mismo Niño/a, el enojo de aquel adolescente. Sólo que ahora también aparece la culpa: "Yo debería poder perdonarlos y/o entenderlos. Otra vez lo estoy haciendo mal". La culpa de siempre. La culpa conocida. ¿O no es la misma culpa que aprendió en su infancia?

_______________________

No puedo estar de acuerdo con que la salud pase por entender, perdonar, comprender u honrar a los padres.

"Pero, entonces ¿hay que odiarlos y no perdonarlos nunca?"

Obviamente tampoco creo eso.

Porque ambas posibilidades: Perdonarlos o no perdonarlos, amarlos blancamente u odiarlos, corresponden a lo mismo: A ser hijos. Niños/as o Adolescentes, pero hijos al fin.

No

Creo que la salud pasa por algo mucho más complejo, difícil y, por qué no, indeseable: Entender que ya no somos hijos. Que la infancia/adolescencia ha terminado.

Que ya no tenemos padres.

Que somos nosotros nuestro propio parámetro.

Que nadie nos validará

Que nadie nos dirá si lo que hacemos/sentimos/somos está bien o mal

Que nadie nos pondrá una nota 

Que nadie estará orgulloso o decepcionado con nosotros

Y que, si alguien lo hace, eso ya no nos constituye.

Estamos solos. Y, paradójicamente, es justamente eso lo que nos permite verdaderamente vincularnos con otros. Si no, siempre nos vinculamos con nuestros padres, en ellos o en las copias. 

La adultez (o la salud, lo cual es lo mismo), no tiene que ver con cómo nos vinculamos con nuestros padres, tiene que ver con cómo nos vinculamos, priorizamos, escuchamos, atendemos, defendemos... y en definitiva amamos a nosotros mismos. A ese Niño/a que fuimos A ese Adolescente que fuimos

Y que hoy se encuentran en nuestro interior en el vínculo con los demás a cada instante en nuestra vida cotidiana.