Cracovia (Polonia)


Fue la primera vez que estuve en Polonia. Y Polonia es la tierra de mi abuelo paterno, a quien no conocí. Casi sin darme cuenta, él estuvo presente en los 3 días en los que estuve allí.

Cracovia

Cracovia es una ciudad bella, muy bella. Tiene un centro histórico de los más lindos que conocí. La Plaza del Mercado es el lugar por excelencia. Es una plaza grande, más grande que una manzana, toda rodeada por bares, con un mercado (en el que no se venden comestibles sino de todo un poco) en el medio, la basílica de dos cúpulas a un costado y otros monumentos, uno más bello que otro.

Los carruajes salen de allí para hacer el recorrido por la ciudad y retornan también allí mismo y cuando no están llevando a algún turista están estacionados esperando. Entonces, hay veces en los que hay 6, 7 u 8 carruajes detenidos, cada uno con dos caballos lustrosos y de diferentes colores. Todo esto sobrevolado por las palomas que despliegan una coreografía incomprensible y permanente, saliendo en general de la basílica y retornando a ella luego de redondear la plaza.

Nosotros, los turistas, deambulamos y nos dejamos perder en la misma plaza y en las calles cercanas, casi como si el mar nos llevara, sin darnos cuenta.

Y hay música, siempre hay música. Hay música casi todo el tiempo. Comenzando por el trompetista que, rigurosamente y a cada hora, sale de la basílica para tocar durante un par de minutos una melodía que aporta gravedad al colorido y siguiendo por los distintos grupos que nos encontramos a medida que el mar nos va llevando.

De los grupos que vi me quedo con dos. Por un lado las dos cantantes que, a la vez que cantan, tocan un instrumento de cuerda percutida que, francamente, nunca había visto en mi vida y que son acompañadas por una violinista. Tres mujeres ya adultas.                                            ¿Desafinan? La verdad es que sí.                                                                                                      ¿Se las escucha de lejos? La verdad es que no.                                                                           Están a unos 200 metros de la Plaza del Mercado, como si supieran que su lugar es un poco en el perímetro y no en el centro. No sé si podría decir que me gustó su música, pero sí que me llevó a una zona mía que, quizá no conozco; con esas melodías del este de Europa que tienen una melancolía de mirada de llovizna; melodías añoradoras y añoradas que, evidentemente, están en algún lugar de mí; quizá en ese abuelo que a los 14 años desembarcó en Argentina, sin idioma, sin dinero, sin conocidos y que, también gracias al cual, existo.                                           Y también gracias al cual, soy argentino.

El otro grupo está conformado por tres saxos y un percusionista. Tres fenómenos.            ¿Desafinan? La verdad es que no.                                                                                                        ¿Se los escucha de lejos? Desde donde quieran.                                                                            Tocan y no podés no parar. La gente filma, saca fotos, aplaude y más de uno no puede no ponerse a bailar en plena calle, como esa chica de unos 20 años que dejó la cartera en el piso y se dejó ser en un baile propio y ajeno a sí misma, como si la música tirara de ella con hilos invisibles y su cuerpo fuera algo que ella sólo estuviera viendo mientras lo bailaba.              Genialidad.

Cracovia es bella, con aquella belleza que sólo da también el dolor, la tristeza, la conciencia de lo vivido. Como un sol después de la tormenta; que no niega ni evita.                                          Como un sol que calienta tibio lo mojado.